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Hace poco más de dos años me tuve que enfrentar al complicado momento de la elección de la universidad en la que quería estudiar. La verdad es que recuerdo ese periodo como unos momentos muy angustiosos en mi vida, porque aunque tenía claro desde los 14 años la carrera que quería estudiar, (gran historia que en otra ocasión contaré), no sabía dónde hacerlo, ya que el Grado de Publicidad y Relaciones Públicas no se encuentra en cualquier universidad.

Yo soy de una ciudad al sud-este de Valencia, (a una hora en tren), y lo común entre los jóvenes de por la zona que quieren estudiar una carrera es entrar en las facultades de esta ciudad, y yo, como es habitual, no concebía opciones mucho más allá de estar allí “como todo el mundo”. Tan sólo había un problema, mi carrera soñada estaba un poco más lejos de la capital valenciana y no era muy asequible (ya que se trataba de una universidad privada). Así que harta de plantearme en qué otras carreras podría encajar, renunciando así a mi sueño de ser una creativa como siempre había deseado, tomé una decisión clave en mi vida sin apenas pensármelo, y de la cual no me arrepiento en absoluto. 

 

Chica estudiando

Me explico, uno de esos días de agobio existencial por no saber qué hacer con mi futuro, al volver a casa después de una mañana en el instituto, mi madre me dijo que había estado buscando por internet y que había descubierto que en la Universidad de Castellón estaba la carrera de Publicidad y que aparte de ser pública (lo que estábamos especialmente buscando), tenía muy buena pinta; con lo que, después de echarle un vistazo a su página web, le dije convencidísima a mi madre: ¡Me voy a Castellón!.

Pero claro, toda decisión tiene sus consecuencias, y en mi caso no todo era tan fácil como decirlo y ya está. Me iba a estudiar a más de 200km de distancia de casa, lo cual implicaba la búsqueda de un piso dónde vivir en una ciudad en la que nunca había estado, sin olvidarnos de que no conocía a nadie que estuviera o fuera a estudiar a allí. Aunque la verdad es que tuve suerte, porque una vez salieron las listas de admisiones en cada universidad, dio la casualidad de que una amiga mía también iba a entrar en la Jaume I. Así que comenzamos el arduo trabajo de buscar piso juntas. 

 

Casa con ventanas

 

Al principio miramos los anuncios que había colgados en el apartado de “búsqueda de alojamiento”, en la misma página de la Universidad, lo cual no dio muchos frutos porque todos los caseros a los que llamábamos nos decían que ya lo tenían todo completo. Y después de estar semanas intentando encontrar dos habitaciones disponibles en un piso en Castellón (y ¡muy importante! cerca de la Universidad), se puso en contacto con nosotras una chica que también buscaba dónde vivir; optamos por llamar directamente a una inmobiliaria, porque ya éramos tres personas y podíamos alquilar un piso entero. 


Y la verdad es que después de dos años con ellas creo que fue la mejor elección porque, aunque eres nueva en la ciudad y no conoces nada ni a nadie los primeros días, tienes en casa a compañeras que vienen del mismo sitio que tú y que están pasando por tu misma situación y hacen que, al menos, no te sientas tan sola durante las primeras semanas, que en mi opinión (y generalmente en la de todo el mundo) son las más duras de la carrera. 

 

amigos en el lago

 
Después ya es mucho más fácil. Se sale, se hacen amigos dentro y fuera de la carrera, te adaptas a la ciudad (y por supuesto a sus fiestas) y estás tan a gusto que en vacaciones hasta echas de menos estar allí. La verdad es que si me preguntaran cuál es la mejor decisión de mi vida, por el momento diría que irme a Castellón a vivir sin duda ha sido, si no la mejor, de las mejores que he podido tomar. Así que a un estudiante que se encontrara en la misma situación que yo hace dos años, le diría que no tuviese miedo de irse a vivir lejos de casa, porque esa experiencia le aportará tanto que tan sólo por eso ya habrá valido la pena.

 

 

Laura Peris colaboradora


 


 

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