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Madrid para mí era comparable a un coche nuevo. A ese olor cuando entras por primera vez en el coche de tu padre y aspiras apresuradamente ese olor a carrocería recién salida de la fábrica.

Mis maletas se quedaron – sin deshacer, claro está - en la habitación de mi Colegio Mayor, el CMU Chaminade, y bajé rápidamente a intentar inmiscuirme con la gente del colegio. Todavía quedaban algunos días para empezar el grado en Periodismo.

 

Caras nuevas, “y tú de dónde eres”, miradas furtivas… Todo un mundo desconocido empezó a aparecer delante de mis ojos en los días sucesivos, en una ciudad nueva que aún ahora, cinco años después, no me ha revelado todos sus secretos. Todo ese primer año fue un frenesí de nuevas sensaciones y mucho, mucho – por qué no decirlo -, alcohol. Probablemente nunca había bebido tanto en mi corta existencia. De tanto desinhibirme y entrar a discotecas incluso aprendí a bailar.


Todo este cúmulo de datos y evocaciones le sonará a cualquier persona que haya salido de su ciudad o pueblo y se haya encaminado a un colegio mayor en Madrid. Y quien esté pensando aún en si ir a piso el primer año o a un colegio mayor – que no residencia -, vamos, que ni se lo piense. Fue en el Chaminade donde hice las mejores amistades de mis años universitarios. Además, no todo fueron fiestas, clubes nocturnos y licores. El Chaminade me brindó oportunidades culturales que muy difícilmente hubiera tenido en otro lugar. Por ejemplo, tuve la ocasión de cenar con Jordi Puyol (cuando todavía era una personalidad admirada en la política española y catalana) y escuché como fueron los últimos momentos de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda, de la boca de su médico de cabecera, Óscar Soto Guzmán.

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Llegados mis primeros días en la Complutense, no todo fue tan bonito. En el instituto no fui mal estudiante, jamás había tenido asignaturas pendientes para septiembre. Pero tanto desenfreno, tanto frenesí, no casó bien con mis responsabilidades universitarias. Las mañanas de los días de semana eran las peores. Un dato curioso que siempre sorprende a mis amigos es que no tengo resacas; pero sí tenía clases diurnas: legañas, mucho sueño, despertadores que se posponían o finalmente, despertares a la hora de comer en pleno jueves lectivo. Tres asignaturas cayeron por primera vez para septiembre.



Con esto quiero decir, futuro estudiante de la Complutense, Politécnica, Autónoma, etc., que busques el equilibrio. A mí probablemente la situación se me fue un poco de las manos. Sales de una ciudad pequeña, te vas a vivir lejos de la presencia familiar y una metrópoli como Madrid puede hacerte perder un poco el norte.


¿Cambiaría algo de lo que hice en esos tiernos años universitarios? Por supuesto. No creo que haya nadie que no se haya arrepentido de nada de lo que ha hecho a lo largo de su vida. Pero toda experiencia sirve para forjar tu carácter y hacerte reflexionar. Como le dice Thomas Wayne a su retoño, el futuro Batman: “¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos”.



Rodrigo Inchaustegui

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