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Chico solo

Seamos realistas, hay tres categorías donde se pueden catalogar la mayoría de motivos que pueden llevarte a tomar la decisión de abandonar la calidez y comodidad de tu zona de comfort, de tu casa, de tus amigos, de tu clima y de tu idioma; estar en busca de ese "algo más":

1. Profesional: “Es un paso para mi carrera. El estudiar en un país extranjero me ayudará en un futuro....” Los motivos que sueles dar para que te concedan la beca.

2. Social: “Aprenderé Ingles. Veré Londres (Quien dice Londres dice Milán, París, Berlín). Aprenderé una cultura diferente....” Los motivos que sueles dar a tus padres para que te dejen ir.

3. Personal o Espiritual: “Quiero cosas nuevas. Quiero saber si puedo vivir solo en otro país, conocer otra cultura, experimentar otro clima....” Las razones que te dices a ti mismo cada día y que te repites una vez que aterrizas.

Yo me fui por razones espirituales. Me daba igual el dónde, mientras más barato mejor. Lo que me convenció fue una empresa intermediaria que me ofrecía alojamiento, un curso de idiomas y buscarme una empresa donde pudiera realizar las prácticas relacionadas con mis estudios en Italia.

 

El llegar hasta allí fue fácil, pude coger un vuelo directo hasta Bologna y un trasbordo que me llevaría a Brindisi a la mañana siguiente. Así fue como pasé mi primera noche en Bologna, desde las once hasta las siete de la mañana del día siguiente. Estaba en un sitio desconocido, completamente solo e intentando buscar la terminal del día siguiente, la cual cerraba de noche. Afortunadamente no la terminé pasando solo, conocí a un napolitano que salía en el primer vuelo para Arabia Saudí, con el que hablé en inglés sobre el partido de la Juve. Más tarde se nos unió un hombre que hablaba español, que había estado en Canarias y que hacía de interlocutor. Pasé una noche agradable. A pesar del hecho de que mi móvil murió y se quedó en negro y no volvió a encenderse hasta justo antes de entrar en el avión y tener que apagarlo.



Al llegar a Brindisi, me invadieron las dudas, “¿Qué hago yo aquí? ¿Me vendrán a buscar?....” No había meditado mi decisión lo suficiente. No me había dado ni cuenta y ya estaba allí. Lo cierto es que, por desgracia, la incertidumbre mata. Y yo en ese momento no sabía cómo lidiar con ella. ¿Sería la decisión correcta para mí en este momento de mi vida el irme tan lejos de casa?

No veía a nadie con mi nombre o el nombre de la empresa en un cartel, lo que yo esperaba. Maldito cine. Fui a pedirme un croissant, que señalé cual mono. Mientras comía, se acercó una mujer preguntando por mí, no tenía ni idea de cómo me identificó, pero antes de acabar el croissant ya me había subido a su coche mientras me hacía preguntas muy típicas...

- ¿Qué sabes de italiano?

- Nada.

- ¿Qué tal la noche?

- Fría.

- ¿Frío? Sí ya es primavera, ahora empieza el calor. (Mi cara incrédula).

Cuando llegamos a Copertino, intentó enseñarme dónde estaban las cosas, pero las siete horas subido en avión y unas doce en aeropuertos me pasaron factura. Sólo tenía una idea en mente: Dormir. Aparcó delante de lo que iba a ser mi hogar durante los dos siguientes meses: una casa de dos pisos con cuatro dormitorios, cuatro baños, una cocina-salón y un patio trasero lleno de naranjeros (el cual resultó convertirse en mi sitio favorito, muchas horas pasé en ese patio cogiendo sol). Con capacidad para doce personas, solo estábamos de momento, mi “compañera de piso” y yo. Me enseñó mi habitación y me dejó descansar hasta por la tarde que empezarían las clases de Italiano.

En cuanto pude respirar, por fin, el aroma de lo que se convertiría en mi casa, me dí cuenta de que venir aquí era la decisión correcta a tomar. Para bien o para mal, iba a darle un vuelco a mi vida para siempre, e iba a aprender de la experiencia. Si no aprovechaba la oportunidad de hacer un Erasmus ahora, ¿cuándo lo iba a hacer? 

Así fue como veinticuatro horas antes, estaba en una playa de Lanzarote y ahora estaba en un pueblecito del sur de Italia con cinco mantas en la cama. 

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